Minestrum o pulenta


Mi abuela estaba postrada
con dos pasitas rubias en vez de riñones,
y en la cabeza cana y lacia,
por afuera y como siempre,
las dos peinetas
y por adentro
un par de tutucas.

Entre cobijas, las patas flacas
que envolvían
músculos laxos como tiras de papel al viento
después de haberles servido
para caminar la casa
más de noventa años
cortando yuyo
organizando el caos
dando de comer al hambriento
minestrum o pulenta.

Mi abuela, mujer que nadie podría adjetivar
de frágil o inservible
sin injusticia

En esa época
moraba en una pieza
en nuestra casa natal
que remedaba despojada escenografía de geriátrico 
(una silla-trampa con bacinilla,
la cama ortopédica,
lugares para sentar a las visitas)

Yo iba un rato con mi cría de brazos
y hablaba con ella,
la reina obrera,
sin alarmarme por los desvaríos.
Tenía la obligación de preguntarle
algunas cosas imprescindibles
antes de que partiera a pudrirse en la tierra.

Por ejemplo
como era ese pastiche de panceta picada
con perejil y ajo, que se metía arriba de la sopa. 

Me decía:
fíjate, Nilda
me parece que anoche amasé capeletis
y los dejé oreando arriba de la heladera.
O me contaba que había recibido visitas
de parientes muertos
décadas atrás y en Italia.



Ella y yo
somos de hacer cosas imposibles
mientras se duerme

Comentarios

Entradas populares